domingo, 2 de enero de 2022

Análisis de John Ronald Reuel Tolkien

Análisis de John Ronald Reuel Tolkien

Luego de haber leído las obras de Tolkien, los comentarios de aquellas personas que realizan sus críticas superfluas y pocos profundas sobre la literatura tolkiana solo me producen una gran decepción por su escrito ligero y carente de profundidad sobre la magistral obra del autor sudafricano, aun cuando esas críticas vengan de intelectuales que se hayan hecho algun nombre en redes sociales, mi decepción. 

Y no me siento decepcionado porque una mujer haya venido a tratar de derribar a otro "ídolo machista, patriarcal y supremacista", sino porque otra vez me ha quedado claro que, una de las grandes taras del ser humano es la incapacidad de reconciliarnos. 

Atacar y acusar a un hombre ya muerto, y que por lo tanto no puede defenderse, y con el agravante de obviar su historia, el contexto en el que vivió y creció, el mundo que le tocó, me parece de lo más pusilánime. 

Y quiero empezar por decir que la crítica de la columnista se basa en una reinterpretación de la obra original, la trilogía del Señor de los Anillos dirigida por Peter Jackson. Primero que todo, el Señor de los Anillos apenas es una parte del gran universo tolkiano, que también se compone del Hobbit, el Silmarillion y del Libro de los cuentos perdidos. Segundo, toda la obra tolkiana supera las mil páginas, por mucho, mientras que las películas de Jackson si acaso se acercan a las nueve horas, todas juntas, y nadie jamás leyó un libro de más de mil páginas en nueve horas. 

Ahora me paso al renglón del susurro, pues dice la columnista que todo el rol de las mujeres, en la obra de Tolkien, reinterpretada por Jackson, se limita a un "susurro", el de Arwen a Frodo para darle valor, demostrando su nulo conocimiento de la obra, de los libros de Tolkien y del simbolismo de Arwen y de ese susurro en particular. Arwen, ella misma, es descrita como el susurro sanador del bosque elfo, y sus apariciones, partiendo de ese mito, siempre son para darles valor a los guerreros y a las guerreras que enfrentan el mal absoluto que amenaza a la tierra. 

El nulo conocimiento de la obra literaria de Tolkien, por parte de la señora De la Torre, queda en evidencia cuando omite la participación en la obra de Lady Galadriel, que por lejos es el personaje más poderoso de la saga del Hobbit y el Señor de los Anillos, la única capaz de expulsaron a Sauron de la tierra media, la única capaz de darle luz al mundo. No participa en la guerra de los hombres porque a esas alturas de la obra ya los elfos han tomado la decisión de apartarse y dedicarse a cuidar los bosques, porque sienten que también los hombres se han contaminado por la ambición del poder absoluto, y muy pocos de ellos en realidad buscan la paz. 

Sin embargo, si la señora De la Torre tiene mucha pereza de leer los libros, que al menos mire la otra trilogía de películas sobre la obra, El Hobbit, donde Galadriel pelea con Sauron y salva a Gandalf, dándoles la ventaja a los enanos y a los hombres para que puedan derrotar a los orcos. 

En El Hobbit  también aparece Tauriel, una guerrera elfa que se niega a abandonar a los hombres y a los enanos en su lucha, uniéndose a la batalla con indómita valentía. Tauriel vence a cientos de orcos con su arco, su espada y sus propias manos. También en El Hobbit, en la Batalla de los tres ejércitos, son las mujeres quienes salvan la aldea de los hombres, cuando la esperanza escasea. A la manera de las mujeres de la antigua Unión Soviética, que con palos, piedras y lo que tuvieran a la mano defendieron Leningrado de los Nazis, las mujeres saltaron a las calles en El Hobbit para enfrentar a los orcos hasta la muerte. 

Volviendo al Señor de los Anillos, también se le olvida a la señora De la Torre nombrar a Eowyn, quien no se resigna a limitarse a su rol de "mujer del hogar", y con espada en mano se viste para la guerra y lucha, incluso, contra un Nazgul. Eowyn, al igual que Arwen, también les susurra a los hobbit que tengan valor y que luchen, sobre todo, por la amistad que los une. 

En fin, en el libro también está Haleth, que lidera a toda una nación y se niega a casarse con un hombre para salvar a su pueblo, pues ella misma tiene la fuerza para defenderlo. También están las historias de Lobelia, de Melian, de Morwen y, una de las que más me  gustan, la de Yavanna y Varda, dos hermanas diosas, si no estoy mal, que le entregan a la tierra los regalos del sol y la luna para que el mundo jamás viva en la oscuridad. 

Pero más allá de la obra, que no es más que una magistral narración fantástica, está el autor, un hombre nacido y criado en la Sudáfrica dominada por los afrikaners, unos racistas y supremacistas neerlandeses que le dieron origen al Apartheid. Tolkien creció en ese contexto, viendo como apartaban los negros de los blancos, y si la señora De la Torre se hubiera tomado el tiempo de rumiar en su biografía y en sus vastas epístolas, se habría dado cuenta que, al igual que su familia, nunca estuvo de acuerdo con el Apartheid, aunque tampoco hizo nada para remediarlo, aclarando que esa tarea no era su exclusiva obligación. 

Tampoco le gustaba la guerra, y renegaba de ella cuantas veces podía, pese a lo cual tuvo que defender el Reino Británico en la Primera Guerra Mundial, durante la cual vio morir y sufrir a muchos compañeros y amigos. 

Sus libros están cargados de vivencias personales, de referencias al mundo que le tocó vivir, un mundo que está a cien años de distancia de nosotros; un mundo colmado de colonias, de esclavitud, de reyes, reinas, condes, duques y líderes supremacistas y absolutistas. Un mundo en el que los negros y las mujeres no podían votar, y en el que el feminismo apenas era una semilla todavía oculta bajo la tierra. 

El Señor de los Anillos, incluso, es una crítica a esos regímenes supremacistas y absolutistas, y por lo tanto, también es un llamado a la resistencia, a la preservación de la armonía entre quienes habitamos la tierra. 

Todos los textos que hizo Tolkien durante su juventud fueron revisados por mujeres como Joan Blomfield, Dorothy Everett y Marjory Daunt, por voluntad del autor, quien las admiraba poderosamente y valoraba su sabiduría. 

Pero bueno, el caso es que yo no vengo a defender a Tolkien y lo que hizo o dejó de hacer en vida. Lo que defiendo es la humanidad y la búsqueda de la verdad, la transparencia. No podemos seguir viendo el mundo a partir del sesgado lente de los bandos, y más bien, lo que tenemos que buscar es la reconciliación, y tratar de ser más comprensivos y menos jueces. 

Tolkien vivió una época de guerras, guerras peleadas, en su mayoría, por hombres. Hombres las generaban y hombres las luchaban, aunque sin obviar que muchas mujeres jugaron papeles definitivos en las mismas, pero nunca negando que, en un noventa por ciento, fueron los hombres los que se reventaron las tripas en esas guerras que le tocaron a Tolkien. 

Sin embargo, el toda la obra del sudafricano, en toda completa, no hay un solo personaje femenino malvado, ni uno solo. Se puede buscar y rebuscar y jamás se encontrará un personaje de género femenino malvado, detalle que debió resaltar la señora De la Torre. Y eso que Tolkien tuvo ejemplos, tuvo referentes para haber creado alguno, porque en esos tiempos de Apartheid y Ku Kux klan, hubo muchas mujeres horripilantes, asesinatos de niños, de judíos y de negros; mujeres malvadas, esclavistas, grotescas en todo sentido. Y ni qué decir de los nazis, donde cientos de mujeres, algunas tan sádicas como Ilse Koch, se encargaron de administrar campos de concentración y hornos crematorios  donde quemaron vivos a niños judíos y también quemaron a mujeres judías. 

Me parece que revisemos y reescribamos la historia, y tampoco el arte, por ser arte, se debe salvar de esos temblores, lo que pido es que lo hagamos juntos, sin resentimientos, sin ese afán vengativo y separatista, pero que en últimas, no se nos puede olvidar que no somos mujeres, hombres, transgéneros; blancos, negros, rojos, amarillos; bajitos, altos o encorvados. No, somos seres humanos, con conciencia, con lenguaje, con historia y con sutiles aunque definitivas diferencias, pero en esencia seres humanos. 

Si toca derrumbar los cimientos de nuestra cultura como seres humanos, pues se hace, pero con una motivación constructiva, como la de ese colectivo feminista que reescribió El Principito, de Saint Exupery, nombrando la obra como La Princesa y con un montón de personajes femeninos, aunque sin destruir el mensaje de la obra original, y tampoco juzgando al autor de machista o supremacista. 

Hay que dejar de ver el mundo con esos prismas sesgados y revanchistas que lo único que están logrando es desunión, porque la verdad y la razón, no son exclusivas de los blancos, de los negros, de las mujeres o de los nazis, la verdad y la razón son exclusivas de los hechos, revelan como pequeños colibríes entre escombros y jardines, entre lápidas y ranchos olvidados. 

Llamemos a las cosas por su nombre, cuando toque, y dejemos de depositar la maldad o la bondad a conveniencia, porque tan malos y horribles hemos sido hombres y mujeres por parejo; y tan malos o tan buenos  han sido todos los tiempos desde el primer hombre sobre la tierra. 

Comprendernos, comunicarnos y reconciliarnos, ese es el camino, de lo contrario, siempre estaremos presos en esa espiral repetitiva de hechos execrables. 

Más que atacar a Einstein, rescatemos a Mileva; antes que escribir diatribas sobre Aristóteles, reconozcamos a Hipatia; y si para llamar la atención nos vamos a quejar de la ausencia de mujeres heroicas en la obra de Tolkien, ¿por qué no mejor ponemos la lupa en la total ausencia de personajes femeninos malignos?

En fin, que vengan los ataques sobre mí, qué se le hace.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Entrada Destacada

El Lanzamiento Por Ocupación De Hecho En Predios Urbanos En Colombia

El Lanzamiento Por Ocupación De Hecho En Predios Urbanos En Colombia  HARLINGTHON H. CORREA  ÁLVARO FERNANDO JAIMES OLIVARES  ERNESTO SÁN...

Entradas Poplares