El Coste Electoral Del Progresismo Identitario Para La Izquierda TradicionalCritian Beltrán Barrero IntroducciónAunque el progresismo cultural (woke, ideología de género, feminismo contemporáneo, activismo identitario) y la izquierda política (socialismo, comunismo, lucha de clases) comparten históricamente ciertos objetivos de justicia social, hoy se confunden en el imaginario colectivo como una sola cosa. Esta asociación ha sido perjudicial para la izquierda tradicional: muchos ciudadanos perciben que votar izquierda implica aceptar obligatoriamente un paquete ideológico progresista que no resuelve sus problemas materiales cotidianos (trabajo digno, seguridad, alimentación, vivienda). El progresismo, en su versión actual, ha generado un rechazo creciente entre sectores populares —incluidos obreros, creyentes, pequeños emprendedores y padres de familia— que se sienten juzgados, ridiculizados o directamente excluidos por su discurso moralizante. Este rechazo ha empujado votos hacia opciones de derecha que, aunque no siempre cumplan, al menos se presentan como defensores del “sentido común” y de la gente común. A continuación, clasifico las principales causas por las cuales el progresismo moderno ha dañado la legitimidad y el apoyo electoral de la izquierda:
El progresismo actual se caracteriza por una cultura de intolerancia hacia cualquier opinión disidente. Mediante la “cultura de la cancelación” (gaslighting social), la presión social y la censura en espacios académicos, mediáticos y laborales, se estigmatiza y silencia a quien cuestione sus postulados. Ejemplos concretos:
Este autoritarismo moral ha convertido al progresismo en una especie de “fascismo ideológico” que utiliza el Estado y las instituciones como aparatos de represión ideológica —convirtiéndose precisamente en lo que decía combatir (el progresismos e fortalece como respuesta contra el fascismo y se convierte en una versión de ese mismo fascismo que decía combatir).
El progresismo prioriza la autopercepción subjetiva sobre hechos objetivos y evidencia empírica. El caso más claro es la ideología de género, que sostiene que el género es una construcción exclusivamente social y que la identidad personal prevalece sobre la biología (dimorfismo sexual XX/XY, diferencias hormonales y anatómicas). Críticos como Richard Dawkins, Abigail Shrier y biólogos evolutivos señalan que esta negación de la realidad observable genera confusión, especialmente en menores, y afecta políticas públicas (deportes, baños, tratamientos médicos). También se observa en el relativismo cultural que impone visiones occidentales fluidas del género a comunidades tradicionales (indígenas, religiosas), lo que es percibido como colonialismo cultural por parte de estas culturas. Este subjetivismo erosiona la confianza en la ciencia y la razón cuando contradicen la narrativa ideológica y termina deslegitimado no solo al progresismo sino a la izquierda asociada a él.
El progresismo se enfoca en batallas culturales simbólicas (lenguaje inclusivo, identidades específicas, microagresiones) mientras que ignora o simplifica los problemas materiales de la mayoría: empleo, seguridad, costo de vida. Ejemplos:
Este idealismo utópico olvida que “la gente común tiene problemas comunes” y termina presentando a la sociedad tradicional como el principal obstáculo al progreso.
El progresismo ha sido cooptado por élites políticas y corporativas (“woke capitalism”) para ganar imagen pública sin atacar las causas estructurales de la desigualdad (clase, pobreza). Al mismo tiempo, fomenta una cultura de victimización perpetua que:
Esto genera la llamada “generación de cristal”: jóvenes con baja tolerancia a la frustración, alta ansiedad y percepción constante de ofensa. Lejos de empoderar, esta narrativa debilita la resiliencia y perpetúa estereotipos de fragilidad. Además, el Estado se burocratiza para imponer la ideología (perspectiva de género en justicia, programas asistenciales sin focalización), convirtiéndose en el opresor que decía combatir.
El progresismo muestra contradicciones internas evidentes:
Esta falta de coherencia teórica (crítica compartida por filósofos analíticos y sociólogos críticos) facilita que sea percibido como performativo y elitista.
Paradójicamente, el progresismo genera efectos psicológicos y sociales negativos en quienes lo abrazan con más fervor:
ConclusiónEl progresismo moderno, con sus excesos identitarios, su moralismo autoritario y su desconexión de los problemas materiales, ha contribuido decisivamente a la pérdida de legitimidad y votos de la izquierda. No se trata de que la sociedad “se haya vuelto reaccionaria”, sino de que amplios sectores se sienten moralmente juzgados por una ideología que los señala como culpables por existir tal como son. La izquierda tradicional —aquella centrada en la lucha de clases y los derechos económicos— tiene la oportunidad de recuperar terreno si se distancia claramente de este progresismo cultural y vuelve a hablar el lenguaje de la gente común: trabajo, seguridad, dignidad y sentido común. De lo contrario, seguirá perdiendo la guerra cultural… y electoral. |
lunes, 29 de diciembre de 2025
El Coste Electoral Del Progresismo Identitario Para La Izquierda Tradicional
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