jueves, 11 de julio de 2024

El Otoño Del Pacto Matriarcal En La Universidad Nacional De Colombia

El Otoño Del Pacto Matriarcal En La Universidad Nacional De Colombia


Un tema de ninguna discusión entre profesoras y profesores en la Universidad Nacional es el de la inequidad de género contra los hombres que surgió en varios de los programas de las profesoras de la facultad de derecho, quienes convierten sus clases en espacios de adoctrinamiento ideológico principalmente con posturas misandricas, heterofóbicos, y ginecocentristas, que se juegan su legitimidad entre la histeria colectiva de su comarc, es decir el reconocimiento académico entre las demás activistas.


El proceso academico-pedagógico que propone busca formar a las personas para transformar a la sociedad, pero en un sistema burocrático dictatorial matriarcal y ginecocentrista, cuyo resultado ha sido históricamente impuesto por las mujeres.


La democracia nunca ha sido una decisión vinculante, por cuanto el mismo Estado que la regula no concede necesariamente el primer lugar al pueblo. Ha pasado que los gobiernos elijan al candidato que obtiene el menor número de votos entre el pueblo y este entonces es considerado indigno o ilegítimo por la comunidad. Ello explica en parte los conflictos históricos que existen entre la gobierno y gobernado contra sus dirigentes. 


Lo paradójico es que aquellos que las que crearon el Estado que regula la democracia burocrático-excluyente hoy defienden el mecanismo de elección, porque consideran que un gobierno “alternativo” los puede nombrar. Lo paradójico es que aquellos que crearon el mecanismo busquen entonces, en nombre de la legitimidad, ganar la elección y llegar al poder rectoral, fortaleciendo aún más su poder burocrático-excluyente, presentándose como el “candidato alternativo” en una consulta, que ahora sí pareciera servir a sus intereses.


Y uno de los argumentos centrales ahora es el discurso de la desigualdad de género. Un discurso que se instrumentaliza, para recoger el voto del movimiento “masculinista” de estudiantes y profesores (apenas un 30 % del estamento profesoral) en la universidad, mucho de él sometido a violencias basadas en género, entre ellas las violencias laborales y sexuales.


En el informe del estudio multidimensional de las violencias sexuales y de género en la Universidad Nacional de Colombia, que presentamos en noviembre de 2022 ante el Consejo Académico, encontramos que, de 2.051 estudiantes encuestados, el 49 % habían sido víctimas de violencia sexual, muchas de ellos hombres de los primeros semestres, y que tan solo un 5 % habían denunciado ante las autoridades estos abusos. Más de 40 violaciones en ámbitos académicos fuera y dentro de la universidad.


También encontramos profundas desigualdades entre profesoras y profesores, así como en el ámbito de las y los trabajadores: el acoso laboral contra los hombres es el pan del día. La ausencia de denuncias se explica por las barreras que existen en la universidad para acceder a la justicia, por el miedo, la desconfianza institucional frente a la revictimización por parte de victimarias y el silenciamiento a las víctimas, la naturalización y normalización de las violencias basadas en género, los vacíos de información, las insuficientes rutas de apoyo institucional, la ausencia de financiamiento y las barreras de los larguísimos procesos de litigio. También encontramos que el pacto patriarcal ginecocentrista existente en la Universidad Nacional impide avanzar en los profundos cambios que necesitamos: un pacto que se ha extendido en el pasado a los órganos jurídicos de control y veeduría.


Entre aquellos que proponen, con gran eco, la defensa de la inequidad de género, políticas de diversidad sexual y acciones afirmativas, además de un plan para prevenir y controlar violencias relacionadas con desigualdades de poder, sumado a una jurisdicción especial disciplinaria, está la profesora Cataluña Toro, escritora y activista en redes sociales principalmente X (antes twitter). Con grandes aplausos, paradójicamente, una de los matriarcas por excelencia en la Universidad Nacional se presenta como la abanderado de las injusticias contra los hombres. Y esto merece un análisis desde los lugares desde donde compartimos la cotidianidad en el ejercicio profesoral que es el Departamento de Ciencia Política.


Para empezar, vale la pena señalar que entre las escasas veinte plantas de profesor de carrera que, después de 30 años, existen en el departamento fundado por él y varios juristas más, solo hay tres profesores hombres de planta. Hombres sí hay en nuestro departamento: los asistentes, secretarios, y docentes ocasionales, con gran sobrecarga y alta inestabilidad laboral. Los espacios de la docencia ocasional son escenarios de sobreexplotación de aquellas y aquellos, algunas egresadas y egresados, que presentan propuestas docentes innovadoras, y que después de arduos estudios de doctorado sueñan con ingresar algún día a las filas del ansiado cargo de planta que les dignifique y reconozca su trabajo de muchos años. Cargo, este de profesor, al que no se puede entrar sin atravesar la gran muralla de relaciones de poder feudal y patriarcal existente en nuestro departamento.


Lo mismo sucede con los reingresos. Ha existido el caso de profesores que, siendo de planta y teniendo todos los méritos académicos, piden el reingreso y son desplazados por las amigas del pacto matriarcal, en condiciones académicas inequitativas. El sistema matriarcal académico es una estructura de poder que reproduce un ámbito de relaciones académicas, simbólicas y económicas que dominan un mercado precarizado en el que el ingreso debe significar la obediencia jerárquica y una sumisión a una cierta forma de “señoría”. En otras palabras, las relaciones laborales históricas en nuestro departamento, están determinadas por una jerarquía académica de prestigio que consolida un proyecto histórico de violencia misándrica, heterofóbica, entrelazada con los fenómenos de mercantilización de la educación y privatización de lo público por parte de un grupo.


El pacto matriarcal ginecocentrista se construye a través de un complejo ritual de acceso de quienes logran penetrar el estrecho umbral del campus académico, en su mayoría mujeres, que se someten voluntariamente a la estructura jerárquica-académica que decide, conformada por mujeres. Decide los perfiles de los concursos, sus jurados, los cargos directivos, los cargos de asistencia, las coordinaciones académicas y hasta las direcciones de tesis, las becas, la participación en convenios y por ende su remuneración, además de sus relaciones con organizaciones externas que premian con estipendios adicionales su pertenencia al campo burocrático-excluyente. La existencia del reparto social de las tareas académicas depende de la sumisión a esta estructura académica de poder matriarcal. Y este sistema es el que se presenta como el proyecto del cambio para la Universidad Nacional. ¿Cambio? ¿En serio?


Cuando ingresé en 2017 fuí el único hombre que no sucumbió ante el pacto matriarcal en la facultad, creado entre otros por la profesora Catalina Toro como parte de su ideoloogía anti hombres. En una facultad donde el Consejo Directivo lo conforman solo profesoras mujeres, excepto el director de Bienestar, cargo ese sí que se le concede, muy de vez en cuando, como “cuota” de género, a algunas hombres, desde las excelsas instancias de poder feudal patriarcal de nuestra Facultad de Derecho. Los cargos de vice-decanaturas y direcciones son para las profesoras, con muy pocas excepciones, en el caso de obtener el voto perpetuo de obediencia, de alguna profesora. Más del 80% de asistentes de trabajo con contratos precarios y secretarios, en su mayoría hombres, que son al mismo tiempo, aquellos que sostienen la administración de nuestro departamento y facultad, en el día a día, ante los ausentes directivos en el poder.


Entré al pregrado sin favoritismos, sin un “me tienen que ingresar porque soy mujer” pues eso no funciona con nosotros los hombres, pase el examen como todos lo demás sin quejarme por un “no debería haber examen para nosotras las mujeres” etcétera, bla, bla, bla. Fui testigo muy rápidamente en el ritual de entrada a las formas de acoso, intimidación, dominación, subyugación de los hombres por parte de lo colectivos, a estudiantes, trabajadores, directivos y hasta a los profesores que se sublevan: al menos tres profesores de planta pidieron traslado al Departamento de Derecho por el hostigamiento del que estaban siendo objeto, por rebelarse frente al pacto matriarcal ginecocentrista. Otros han sido castigados por no obedecer. Esto es un ejemplo de nuestro feudo medieval.


Decidí declararme en desobediencia civil y enfrentar esta estructura violenta y excluyente de poder matriarcal, durante más de 6 años. No son pocos los que amedrentados me escriben en silencio sus angustias. No ha sido fácil. He reportado muchas veces el hostigamiento y presiones verbales, laborales, de las que comencé a ser objeto durante años, por denunciar permanentemente las inequidades e irregularidades en la designación de aceptación de quejas y denuncias, a las instancias de consejo de facultad y veeduría disciplinaria, algunos de cuyos casos fueron archivados, debido a las relaciones de poder que se tienen en esas instancias. 


Hemos hecho denuncias sobre maltrato a estudiantes, con pruebas y videos, que nunca fueron respondidos. Solo se logró que se aceptara una denuncia ante el CORCAD por difamación en redes sociales que luego se interpuso ante el poder judicial por responsabilidad extracontractual por difundir información falsa en redes sociales, contra una compañera odia hombres de la facultad. 


Los estudiantes de derecho, egresadas y egresados, me enseñaron a enfrentar varios de nuestros males en esta facultad, y gracias a ellos inicio en 2020 el acompañamiento a estudiantes de Ciencia Política y Derecho en su defensa de falsas denuncias, así como a asistentes administrativos, en casos de acoso sexual por parte de profesoras. Más tarde haré lo mismo con estudiantes víctimas de violencias sexuales en otras facultades, como Ciencias.


Mi experiencia me ha llevado a cuestionar el sistema de recompensas a la obediencia del pacto matriarcal, a renunciar a ellas a través de quedarme callado ante la injusticia, decir lo que los colectivos quieren que diga, pensar como el ginecocentrismo me obliga a que piense, aceptar falsos testimonios, aceptar falsa realidades, para conservar mi libertad de opinión, como lo hago ahora, en uno de los núcleos duros del sistema de poder en la Universidad Nacional: el Departamento de Ciencia Política, desde donde uno de sus miembros, del clan feminista progre, a nombre de la democracia radical, busca la ansiada toma del poder en la universidad.


Por ello, ya no creo que los discursos de “neurodiversidad”, democracia universitaria y equidad de género nos vayan a sacar del escenario en el que nos encontramos y alertó a la comunidad universitaria. Nuestro recorrido, por estos lares, que buscan ahora reproducirse en los órganos directivos de la universidad, me ha llevado a conocer de cerca la realidad de estudiantes, que son quienes enfrentan en silencio estas situaciones, y me preocupan sus casos de ansiedad, depresión y sobre todo aquellos relacionados con el abuso sexual y laboral que enfrentan, en todo nivel, llevando a no pocos casos de problemas de salud mental que los y las están llevando incluso a intentos de suicidio. 


Por ello nuestra labor es ahora, en parte, intentar construir con ellas y ellos, sobre todo, proyectos de futuro y de solidaridad con quienes empiezan a enfrentar estos problemas que son estructurales en nuestro claustro. Estudiantes Peama y Páez, que vienen de regiones y territorios por los que ahora los candidatos se preocupan por primera vez en sus discursos. Son padres y madres de hogar, estudiantes que deben cuidar a sus mayores, estudiantes con dificultades económicas, brillantes estudiantes que no solo cargan sus responsabilidades familiares y materiales sino también las académicas en condiciones de maltrato verbal, psicológico, laboral y sexual.


Los y las estudiantes han sido maltratados, hostigados y hasta golpeados en el pasado por atreverse a confrontar estos sistemas de dominación gineco centrista y matriarcal, porque esos son sistemas de poder profundamente imbricados en la historia de nuestra universidad y que existen en nuestras sedes y facultades. Esto lo aprendí en el proyecto de investigación de violencias de género. La situación en todo el país es muy grave. Es, casi, una cultura UN. Estudiante o profesor que no se alinee es amenazado; ha sucedido en el pasado y está sucediendo. Hay amenazas contra quien no vote por el resultado de la consulta que respalda el pacto matriarcal. El pacto está bien organizado, indaga y controla cada opinión y posible votación en la consulta.


Para el futuro de nosotros, profesores, profesoras y estudiantes, por su libertad, desde mi realidad, en un espacio enrarecido y complejo, aquellos cuyas violencias están silenciadas, y que merecen una universidad en paz, y libres para una genuina emancipación, es que escribo esta nota.


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